jueves, 17 de septiembre de 2009

La última gallina

por Lorian Marcela Rodríguez Fernández

SELECCIONADO POR LA EDITORIAL DUNKEN DE CAPITAL FEDERAL PARA FORMAR PARTE DEL LIBRO CANTARES DE LA INCORDURA 2009

José era el jefe de la familia Fernández y presidente del club del barrio, esposo

de Ninfa –la costurera– y padre de dos peculiares niñas Tina y Ángela.

Los cuatro integrantes vivían en una confortable casa, ventanas color

Salmón, rejas negras y una mezcla de eucalipto, rudas y malvones que disfrazaban el fondo

Como un carnaval de Haití.

José era un hombre frío y serio, un hombre comprometido con su trabajo,

la rutina diaria y la venta de gallinas.

Fue entonces una mañana de enero mientras Ninfa preparaba sus deliciosos

buñuelos rellenos de dulce de membrillo, que a Angelita se le ocurrió una

gran idea para no aburrirse, ir al gallinero del fondo a jugar. Al escuchar su

propuesta Tina la observó detenidamente un instante, invadida por la curiosidad de dicha propuesta y aceptó la invitación.

Ambas fueron al gallinero y contaron las gallinas una por una

–una, dos, tres… trece gallinas! –dijo Tina con un gesto de sorpresa y

pánico, pues ella bien sabía que algo se escondía en este juego.

–y si ponemos doce gallinas en el barril? –agregó Ángela con voz agitada

por su excitación.

Es así que las dos niñas pusieron las gallinas dentro del barril –dicha tarea no fue nada fácil- y tina lo tapó, lo volcaron y comenzaron a hacerlo rodar por todo el fondo a la vez que

cantaban al unísono –¡tengo doce gallinas, doce nada más!

Al cabo de unos minutos y previendo que ya estarían esos deliciosos

buñuelos calientes esperándolas en la mesa con un vaso de leche bien fría,

abrieron el barril para soltar las gallinas las cuales no solo no salieron caminando sino que

cayeron desplomadas al piso, mojadas, ahogadas y aplastadas unas sobre otras.

Las dos niñas quedaron atónitas, tal masacre no podía ser cierta. Decidieron

correr hasta donde estaba su madre quien al enterarse de que un gran perro

negro de cola marrón había entrado al gallinero y matado a casi todas las gallinas,

comenzó a llorar desconsoladamente y a gritar por toda la casa:

–¡Qué le digo a Fernández! ¡Y ahora qué hago! ¡De qué vamos a vivir!

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Cuando Fernández llegó y se enteró de tan terrible tragedia tomó su bicicleta

y salió a buscar al animal. Eran las doce de la noche y José aún no había

vuelto, ese perro debía pagar por lo que les había hecho perder.

Durante dos semanas comieron gallinas hervidas, pues no podían tirarlas,

el olor era nauseabundo y hacía insoportable la convivencia. Las dos hermanas

sabiendo lo que habían hecho y entre sonrisas y miradas cómplices no atinaron

a salir a jugar ni un solo día. La culpa envenenaba el aire.

fue una inesperada noche en que Tina sintió un fuerte ruido, el ruido de la reja de fondo,

al acercarse a la ventana desde donde se veía el desolado gallinero, vio una

enorme bestia negra de cola marrón muy peluda, entrar al jardín. En medio

del silencio la bestia de un rasguño seco, hábil y cruel mató la última gallina

del gallinero y desapareció.

Las noches siguientes Tina no pudo dormir recordando aquel escenario

y ese preciso instante en el cual la bestia y ella cruzaron miradas, miradas

atormentadas por el deseo de no ser vistas, brújulas en la noche, miradas familiares,

como si la bestia supiera que ella era su creadora. Pero no esta vez,

esta vez aquel perro era bien real, hasta podía Tina sentir el olor a lodo de su pelaje.

No dijo una sola palabra.

A la mañana siguiente, Ninfa se puso el delantal y comenzó a desplumar

la última gallina, su hermana miraba la televisión y Fernández se preparaba

para trabajar.

–Hasta la noche Ninfa, fíjese que no se le queme esa gallina y láveme la

camisa negra.

José caminó hasta la puerta y al abrirla una fuerte y misteriosa brisa recorrió el comedor.

Tina se acercó lentamente a la ventana y observó a su padre atravesar el jardín para

agarrar su bicicleta, del bolsillo de su pantalón negro se asomaba la punta de

una cola, una cola peluda, marrón, una cola falsa un poco embarrada.

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